Vivir en Silencio

Por Tatiana Maillard

¿La guitarra? No. Se acabó la música, Aristeo.

—Ya no hay tiempo para eso—, dices con la voz vuelta un susurro seco. En tu casa se quedó la guitarra nueva.

Hubo otro tiempo, cuando tocar la guitarra era parte de la rutina. De joven tocaste con la agrupación Poder Negro. Fiesta que se organizaba, fiesta en la que tú tocabas, hasta que el trabajo en el campo y la construcción se comieron tu tiempo, y dejaste la música para otro momento.

De repente, ya había en tu casa una guitarra nueva. Además, un primo que tocaba el teclado te invitó a ser parte de su grupo. Respondiste: no lo he pensado, pero deja ver. Tal vez aceptarías la propuesta.

Pero no lo hiciste. ¿La guitarra? Nunca la tocas.

Se llevaron a tus hijos. La noche que desaparecieron Doriam y Jorge Luis González Parral se acabó la música. Ya son 12 meses de silencio.

¿La guitarra?  —No la he tocado —dices.
¿Con qué ánimo, si te acuerdas que Jorge te pidió que lo enseñaras a rasgar las cuerdas como tú?
¿Con qué ánimo, si fue Jorge quien te regaló esa guitarra?
No eres un hombre de consejos, dices. Por eso, el día en que Doriam y Jorge Luis González Parral partieron a la normal, lo único que les pediste fue:

-Cuídense mucho. Allá afuera es peligroso. Las madrugadas. Los carros.

De tus cuatro hijos, dices que es Jorge quien se parece más a ti: “En todo. Hasta en la altura. Si a mí me gusta tocar, aunque sea a uno solo de mis hijos, también”. Ése es Jorge: le gusta la música y andar de reventado.

En cambio, Doriam es “más tímido, no salía ni a la calle. Pero eso sí, era el más aplicado”. Quizá no lo notes, pero Doriam también se parece a tí: te heredó el rostro anguloso, las orejas grandes que apuntan hacia el frente, la mirada serena.

A Doriam no le gustan las melodías que escuchas en el modular. Recuerdas que te decía: “Usted escucha música antigua”. Lo que a él le interesaba, era el reggaetón. Tú respetas, argumentas: “es el gusto de la juventud”; pero las cumbias y las chilenas suenan más bonitas y subrayas que están hechas de “pura letra sana”.

Enseguida, haces una aclaración: “No crea que a mis hijos le gustan los disparates ni las groserías. Eso sí que no”.

Confías en que les brindaste una buena educación. “Nunca les he pegado. Les he llamado la atención, para su bien. A Jorge sí lo regañé, porque ya empezaba a echarse sus cheves”.

Regresabas de cortar elotes cuando una sobrina te avisó que se habían llevado a tus hijos la noche anterior. Tus miedos se materializaron. Sí, Aristeo, allá afuera es peligroso: las madrugadas. Los carros. Los alcaldes. La policía municipal. El ejército. El narco. La urgencia por dar carpetazo. La amenaza del olvido. Ya son nueve meses de silencio. No hay lugar para la música. ¿Cómo? Si cada que observas la guitarra, sientes vacío…

Texto perteneciente a la campaña Marchando con letras

Ilustración de Kevin Arvizu.

Tomada del portal #IlustradoresConAyotzinapa