El canto de “Abelito”
Por Adriana Estela Flores
Abel canta, toca la guitarra, dibuja y escribe. Escribe mucho sobre lo que piensa y siente del mundo. Lo que lleva en el corazón.
El 15 de junio cumplió 20 años, su primer cumpleaños fuera de casa. Nunca le ha gustado celebrarlo porque no quiere que su familia gaste en fiestas. Abel es mixteco, el penúltimo de los siete hijos de la señora Micaela Hernández y el campesino Celso García Aristeo.
Desde niño quería ser soldado para proteger a los de su comunidad, Huamuchitos, un poblado de Tecuantepec, municipio de Tecoanapa, en la Costa Chica de Guerrero. Después de escuchar una plática de normalistas, decidió entrar a Ayotzinapa para convertirse en maestro y ayudar a su padre con los gastos de la casa.
Es callado, pero ya entrado en confianza, le gusta hacer reír con sus ocurrencias. En la cocina de su casa, de adobe con techo de lámina, se pone a cantar las tonadas de Wisin y Yandel , Enrique Iglesias y Joan Sebastián.
También le entra el zapateado y al baile del Zancadito. Un día, trepado en la mesa, advirtió que sería líder de un grupo musical.
Le gusta leer la Biblia o cualquier libro que encuentren sus ojos. “Abelito” —como le dicen en la Normal—, suele correr por la carretera y salir a cortar leña.
Él besa y besa todo lo que ama. Desde su balón de básquet antes de jugar en la cancha del pueblo, a sus cuatro sobrinos, a su mamá con un buen apretón y, claro, a su novia, Yazmín, a quien le ha escrito una docena de cartas prometiendo amarla para siempre y agradeciéndole por creer en él: “Yo sé que puedo, sé que la voy a hacer”, le dijo.
Tiene dos amigos fieles: Joaquín, y un caballo sin nombre, quien murió a los pocos días de que Abel desapareciera, el 26 de septiembre.
Cuatro días antes, su familia lo vio allá en Tecoanapa. Traía pantalón de mezclilla, playera verde y zapatos negros. En su maleta, que sigue cerrada dentro del cuarto que comparte con otros estudiantes en la Normal, hay una libreta donde escribió una promesa: “Lo imposible me tardaré pero lo lograré”.
Texto perteneciente a la campaña Marchando con letras
Ilustración de Jorge Zapata.
Tomada del portal #IlustradoresConAyotzinapa