Artículo de José Ramón Cossío Díaz publicado en El País el 28 de enero de 2015.
El 2 de octubre, el Jueves de Corpus o el 19 de septiembre son fechas que nos han marcado. Más allá de ajustes particulares, en la memoria colectiva nos hablan de estudiantes muertos, de represión, de desastres naturales y humanos; también, de intentos libertarios, disputas de poder y solidaridades. La manera en la que hoy nos concebimos como sociedad, grupo o individuo, pasa por la narrativa general sobre esos y otros acontecimientos. El modo en que desde entonces consideramos que actúa o deja de hacerlo el Estado, las posibilidades de establecer relaciones de confianza o desconfianza respecto de él y sus agentes, derivan en mucho de tales sucesos. No de los momentos en sí mismos considerados, no de los hechos en bruto, por decirlo así, sino de la manera en que estos se han construido socialmente.
Del 2 de octubre se cuentan cosas que tal vez se dieron así, tal cual se dice, pero también hay que incorporar otros elementos que fueron construidos anecdóticamente, parcialmente, y poco a poco significados y resignificados. La unidad resultante no es sin más la tarde-noche de ese día, sino de esos graves acontecimientos y de todo lo que entre muchos se ha ido construyendo después. ¿Qué es lo que no se olvida de ese día? ¿Los muertos, la represión, la mentira, las confusiones, lo inesperado? Al final, la unidad de los fragmentos es lo que termina siendo imborrable.
Quien haya vivido o comparta la vivencia de cualquier momento relevante, de esos que he apuntado o de cualquier otro que cada cual pudiera identificar, tendrá para sí que ciertas cosas tendrán grandes posibilidades de darse, como la represión o la solidaridad, o que otras tienen bajas posibilidades de darse, también represión o solidaridad. Quien es autoridad, sabrá o al menos anticipará, que cierto tipo de acciones podrán generar ciertos efectos, no sólo por lo que pueda resultar en un caso concreto, sino por lo que la población recuerda de actuaciones anteriores, para ella memorables.
Como otras fechas, creo que el 26 de septiembre está ya en la memoria colectiva y, supongo, en ella permanecerá por muchos años. Con el pasar del tiempo, la narrativa general se irá ajustando, algunos hechos, valores o juicios entrarán, y otros saldrán. Algunos personajes quedarán destacados y otros disminuidos. Al final, un algo quedará y desde él, nuevamente, nos veremos a nosotros mismos, a las víctimas y a las autoridades; entenderemos al Estado o tomaremos posición frente a sus representantes. El modo en que nos pensemos será más frágil, pues sabremos que existe la posibilidad de convertirnos en desaparecidos, y presupondremos que habrá poca eficacia para hallarnos. Desconfiaremos más aún de cierto tipo de personas, seremos más propensos a la estigmatización, nos aislaremos ante el temor de ser lastimados. Confirmaremos que las autoridades pueden ser origen de males, ahí donde idealmente debieran ser, si no generadoras de bienes, sí al menos de neutralidad. La autoridad entenderá también que tendrá que actuar de manera distinta, así sea por mera experiencia, pues de otra manera no mantendrá el poder ni alcanzará legitimidad.
Respecto de Ayotzinapa hay ya muy diversos hechos tristes y dolorosos. Hay connivencias, dolores y desafíos. Ojalá que haya buenas investigaciones, mejores sentencias y adecuadas sanciones. Sin embargo, Ayotzinapa no está terminado, ni terminará con la identificación de los muertos ni con la expedición de los certificados de defunción. La construcción narrativa de lo ahí ocurrido, del modo como se hayan contado que los casos ocurrieron, apenas comienza. Es otra lucha, una que se desarrollará en los años por venir y que en ellos producirá sus efectos. De diversas maneras, determinará mucho de lo que pensemos de nosotros mismos y de nuestras autoridades. Algo de lo que todos nosotros habremos de ser en los años por venir.
José Ramón Cossío D. es ministro de la Suprema Corte de Justicia de México. Twitter @JRCossio