Artículo de Gustavo Esteva publicado en La Jornada el 24 de noviembre del 2014.
Nos cubre el dolor. No lo alivia la anestesia que aplican las autoridades. Su guerra de desgaste provoca cansancio y hartazgo, no parálisis. Alimenta la rabia.
¿Por qué Ayotzinapa? ¿Por qué no despertamos ante todos los muertos, todos los desaparecidos, todas las masacres que padecimos antes? Se han ofrecido muchas respuestas. Dos de ellas parecen cada vez más relevantes.
Ayotzinapa fue la primera evidencia pública e incontestable de que no hay forma de distinguir entre narcos y policías, entre criminales y funcionarios. La frase fue el Estado, sembrada en el Zócalo de la ciudad de México, caracterizó bien el despertar del momento. Todos supimos de cierto lo que hasta entonces era mera sospecha o secreto a voces. No es ya posible negarlo. Son ellos.
Otra respuesta llega más lejos: alude a la forma en que la conciencia pública maduró en estos años. En 2011 tuvimos un despertar semejante cuando hicimos nuestro el Estamos hasta la madre, de Javier Sicilia, y asumimos las acusaciones y exigencias de su carta a políticos y criminales. El 8 de mayo se plantó en el Zócalo, arropado por muchos miles, y propuso un pacto entre la sociedad civil y las clases políticas. Dijo entonces y reiteró el 28 de mayo de 2012, en el Castillo de Chapultepec, ante los candidatos presidenciales, que no se aceptarían elecciones si antes los partidos políticos, todos ellos, no limpiaban sus filas de esos que, enmascarados en la legalidad, están coludidos con el crimen y tienen al Estado cooptado e impotente.
Esta postura se llevó en caravana a lo largo y ancho del país. Quienes creyeron posible el pacto y pensaron que los partidos y el gobierno realizarían un esfuerzo serio por limpiar la casa saben, tres años después, que nada de eso ocurrió. Ayotzinapa demostró que todo pacto con ellos resulta ilusorio y contraproducente.
Muchos miles, millones quizá, reconocen ahora que estamos en una guerra que libran los de arriba contra los de abajo, una guerra sin cuartel en todos los frentes, como desde hace años nos advirtieron los zapatistas. Y otros muchos, o pocos, nadie sabe, están leyendo con cuidado las palabras que la comandancia general del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), en la voz del subcomandante Moisés, dirigió a padres y normalistas de Ayotzinapa cuando los visitaron en Oventic el 15 de noviembre (Enlace Zapatista).
El EZLN agradeció su visita, su empeño, su terquedad. Recordó “que el sistema político entero está podrido. Que no es que tenga relaciones con el crimen organizado, con el narcotráfico, con los acosos, las agresiones, las violaciones, los golpes, las cárceles, las desapariciones, los asesinatos, sino que todo esto ya es parte de su esencia.
“Porque no se puede hablar ya de la clase política y diferenciarla de las pesadillas que sufren y padecen millones en estos suelos…
Corrupción, impunidad, autoritarismo, crimen organizado o desorganizado, están ya en los emblemas, los estatutos, las declaraciones de principios y la práctica de toda la clase política mexicana.
El EZLN les hizo ver que no están solos. Están con ellos los familiares de los niños y niñas asesinados en la guardería ABC, de los desaparecidos de Coahuila, de las innumerables víctimas cotidianas que saben, en todos los rincones del país, que los atropellos continuos vienen de la autoridad, a veces con la ropa de organización criminal y a veces como gobierno legalmente constituido. También están con ellos “los pueblos originarios que (…) atesoran la sabiduría para resistir y que no hay quien sepa más del dolor y la rabia”. Con ellos están y estarán el yaqui, el nahua, el ñahtó…
Les dijeron que su palabra tiene fuerza porque en ella se han visto reflejados millones. Los pocos son pocos hasta que se encuentran y descubren en otros. Entonces pasa algo terrible y maravilloso. Y los que se pensaron pocos y solos, descubrirán que somos los mayoritarios en todos los sentidos. Y que son los de arriba los que son pocos en verdad. Tras ese encuentro, será posible vueltear el mundo que tenemos.
Según el EZLN “habrá un cambio profundo, una transformación real en este y en otros suelos dolidos del mundo. No una sino muchas revoluciones habrán de sacudir todo el planeta. Pero el resultado no será un cambio de nombres y de etiquetas donde el de arriba sigue estando arriba a costa de quienes están abajo. La transformación real no será un cambio de gobierno, sino de una relación, una donde el pueblo mande y el gobierno obedezca (…) donde el ser gobierno no sea un negocio (…) donde el terror y la muerte no reinen (…) y no haya ni mandones ni mandados, ni pastores ni rebaños”.
Eso le dijeron a los padres de Ayotzinapa y a los jóvenes normalistas supervivientes. Y a todoas nosotroas, creo.