Artículo de Herman Bellinghausen publicado en La Jornada el 27 de octubre de 2014.
Por cada uno de los desaparecidos y los muertos de Ayotzinapa han aparecido decenas, cientos, miles de personas, la mayoría jóvenes vivos, plenos e indignados como aquellos. Miles, quizá millones de conciencias despertaron con el brutal golpe, y si ya estaban despiertas su conmoción fue mayor. Pensemos en el impacto que tendrá el crimen de Iguala en la mentalidad moral de todos los estudiantes mexicanos en el mundo: la generación de Ayotzinapa. Atrás del mantra del número, 43, (y de ese otro, siempre terrible mantra de vivos se los llevaron), otros aparecidos desafían el guión oficial que tan bien parecían ir vendiendo los gobernantes en sus campañas televisadas a tambor batiente. Pero mientras el vendedor más grande del mundo (remember Og Mandino) desfilaba en alfombras rojas con micrófonos de lujo y aparecía en las noticias globales como todo un estadista, a sólo 121 kilómetros en línea recta de su oficina se nos apareció el horror en su estado más irracional y puro.
Como siempre ante un verdadero desastre, los burócratas policiacos de los niveles altos se tomaron su tiempo antes de alarmarse y actuar la noche de 26 de septiembre tras lo acaecido en Iguala. Aún siendo su trabajo ese tipo de situaciones, se les nubló la vista. Es que allá no contestaban el teléfono, explicó alguien, no previendo (o sí) la debacle de su coartada institucional. Lo que sí pusieron en marcha enseguida fue la sofisticada maquinaria de la impunidad, la única que nunca les falla. Ahora andan ocupados en esa patética operación que el lenguaje empresarial da en llamar control de daños. Como tras Aguas Blancas o Acteal –otros desbordes violentos de lo institucional– andan midiendo hasta dónde sacrificar fusibles por el daño. Parece que llegan al gobernador, como en Aguas Blancas; no hasta un secretario de Gobernación como en 1997 (aunque ya ven que a esos los reciclan). El peso de la culpa recae en un alcalde pillo y su mujer avorazada, un par de contlapaches y un cuñado. ¡La cúpula de todo un cártel! Sorpresas te da la vida. Pasadas las glorias Forbes del Chapo Guzmán, hoy los malos como la Tuta viven y se escurren a nivel municipal, tumbando sin querer queriendo uno que otro gobernador.
A todo esto, los aparecidos fuera de programa, o sea del control oficial, están siendo vitales. Aparecieron las normales rurales en una nueva dimensión mediática, por primera vez no negativa; cuando se les mencionaba antes era como fuente de alboroto ilegal, apaleables por policías y columnistas políticos por igual; escuelas programáticamente devaluadas en el sistema educativo que pretende su neoliberal extinción. Al aparecer en los medios los rostros y nombres de los desaparecidos se reveló bajo una luz de más justa dignidad la escuela que los congrega: una que, como debería ser siempre, revuelve y enciende las conciencias, les pone filo.
Aparecieron, como lo hacen cada tanto para salud de la República, los estudiantes inconformes. En todas sus modalidades y en los distintos estados, los jóvenes andan de aparecidos cerrando escuelas y calles, o plantados en las redes con una demanda sola: la aparición con vida de los muchachos.
Aparecieron sus padres y madres, hermanos, hermanas, novias. Estas dolorosas apariciones son insoportablemente conocidas en este lacerado país. No debían existir las extendidas ausencias por secuestro, desaparición forzada o detención arbitraria, ni el rutinario asesinato de estudiantes a manos de la policía. (¿Qué tal el pasmoso cinismo de las autoridades de Guanajuato ante el homicidio por sus policías del estudiante tapatío Ricardo de Jesús Esparza Villegas? ¡Se cayó de una azotea por andar que de ratero!, dijo el gobierno como si nada). Una y otra vez, las cabezas parlantes de la tira y las procuradurías nos hablan como si fuéramos retrasados mentales.
Aparecieron, en fin, nítidos como nunca, los lazos directos, constitutivos, matrimoniales casi, entre el crimen más criminal en su organizado ámbito y las instancias de gobierno comprometidas-con-la-seguridad-de-la población. En esta ocasión los abanderan los de la revolución democrática, para solaz de sus mentores de la revolución institucional que tienen para Guerrero unos chivos expiatorios suficientemente embarrados como para intentar que ahí quede la cosa sin la inconveniente necesidad de desaparecer poderes.
Hace algunos años, la poeta Margaret Randall escribía: Desaparición. Desaparecido. Palabras extrañamente pasivas para describir semejante brutalidad. Desde la riqueza del léxico latinoamericano pudimos haber inventado un término que definiera mejor el crimen. En cambio, lo que ocurrió fue que esta palabra se despojó de su pasividad y adquirió un sentido nuevo, instantánea y dolorosamente reconocible para cualquiera que haya habitado el continente durante la segunda mitad del siglo XX. Como podemos constatar en nuestro XXI mexicano, ese sentido entonces nuevo sigue vigente como nunca… Un mes. ¿Cuántos fusibles más?